Cuando trabajo en el taller me esfuerzo por alcanzar una combinación de vulnerabilidad y fuerza, una dualidad que está en el fondo de mi arte. Mis esculturas están hechas sobre todo con una gasa (tarlatana) y, últimamente, con ramas de árboles que hacen que la obra se extienda en el suelo. La fragilidad inherente de los materiales es intencional y sirve de metáfora para nuestro propia condición vulnerable, tanto física como emocional. Esto significa que mi trabajo se desarrolla a partir de mis preocupaciones acerca del sufrimiento humano, y cómo eso que llamamos “cuerpo” lleva las marcas de experiencias traumáticas al punto de poder ver en él la historia de lo vivido.
Mis esculturas son de tamaño humano y generan un encuentro físico y emocional. Al estar frente a frente, el uno con el otro, pareciera que fuese posible mantener una conversación, compartir ideas. Cada obra es un montaje, un encuentro íntimo con el espectador, en el que el espacio interior, su forma envolvente, y el juego de luces y sombras la completan.
Cuando dibujo, el grafito y el lápiz me ayudan a explorar el tenue equilibrio, o la falta de este, que está al centro de las relaciones humanas. Estos dibujos comenzaron como una manera de comprender el origen primitivo de la línea y la marca en su evolución hacia el lenguaje visual y la escritura. En este proceso, el sentido implícito de estos dibujos aflora al tiempo de mantener su referencia original.
Básicamente, mi arte se centra en la naturaleza humana y su voluntad de sobrevivir a pesar de las heridas que se ocultan tras la conciencia, la de cada uno y la de los demás.